Topo nos envía este más que interesante artículo de Manuel Contreras publicado en ABC.
Y recuerden, hoy a las 17 H semifinal , NZ-SA
RUGBY
Ahora que los niños quieren ser como Cristiano, hay que reivindicar a estos tíos feos que se reparten golpes con exquisito respeto
POR MANUEL CONTRERAS
A Antonio Mejías, que nos enseñó a placar
con una sonrisa las adversidades de la vida
El día que vea a algún futbolista de la selección española llorar mientras suena el himno como hacen los jugadores de rugby empezaré a creer que el fútbol es un deporte en lugar de un negocio. Si siguen el Mundial de Rugby que se celebra estos días en Inglaterra habrán comprobado que la escena no es inusual: cuando suenan los acordes del himno nacional y la cámara hace un barrido por los rostros de los jugadores, raro es que alguno no esté llorando como un niño grande. Tiarrones con cuerpos descomunales y con caras de pendencieros de taberna portuaria no pueden contener las lágrimas al escuchar los sones nacionales con la camiseta su país. Aunque uno no entienda ni patata de rugby, cuando ve la mirada concentrada de esos tipos duros, emocionados antes de partirse la cara contra el rival, percibe con certidumbre que en ese deporte de noble violencia no hay trampa ni cartón.
El rugby me gusta porque es un deporte auténtico en el que no existen todos esos usos futboleros a los que estamos acostumbrados y que la juventud adopta como ejemplos referenciales. Sus jugadores, por ejemplo, no llevan peinados de diseño moderno ni saltan al campo con la cabeza embadurnada de gomina; son tipos más preocupados por el juego que por su aspecto. Las trampas no están incorporadas a la estrategia cotidiana: no hay descuentos porque no se concibe que ningún equipo pierda tiempo, y cuando un jugador se queda en el suelo es que no se puede levantar de verdad, porque nadie simula daños para sonsacar una amonestación al rival.
El rugby se rige por el respeto. En sus partidos no se protesta airadamente al árbitro ni los jugadores hacen un corro alrededor suya para intimidarle; tan sólo el capitán puede dirigirse a él, y únicamente para preguntar el motivo de una decisión. Sus jugadores no corren a la grada alborozados tras lograr un ensayo ni hacen coreografías guasonas, porque cualquier celebración ostentosa se considera ofensiva para el rival.
El rugby no ha hecho muchos millonarios. Se trata de un deporte austero en cuyo torneo más prestigioso, el Seis Naciones, el único trofeo material es una cuchara de palo. Sus jugadores no conducen ferraris ni maseratis, de hecho hasta 1995 se prohibía pagar por jugar. No se estilan primas por ganar y no digamos por perder; la tradición es que la recompensa tras un partido sea una cerveza y encima se comparte con el rival.
Ahora que los niños aspiran a ser como Cristiano Ronaldo, millonarios repeinados de piernas depiladas, hay que reivindicar como modelo a estos tíos feos que se reparten golpes con exquisito respeto. Gente con pinta de animales entrenados para empujar en las melés como bueyes, pero a los que se les saltan las lágrimas cuando escuchan el himno de su patria antes de la batalla.